Lo que hoy utilizamos no son redes sociales

Fede Durán, de El Mundo, me llamó para hablar de la evolución de las redes sociales al hilo del lanzamiento de Threads, y de cuáles eran las consecuencias para los usuarios de la dinámica actual. Hoy me cita en su artículo en portada de Actualidad Económica titulado «Las redes sociales se declaran la guerra… y la víctima es tu privacidad» (pdf texto, pdf maquetado).

Mi respuesta inmediata sobre la evolución de las redes sociales es que lo que hoy utilizamos no son redes sociales, ni tienen nada que ver con ellas. Las redes sociales fueron unas herramientas que utilizamos hace años, cuya funcionalidad era reproducir nuestro grafo social, nuestras relaciones y conectarnos con las personas que nos interesaban, y que simplemente nos permitían saber qué hacían esas personas habitualmente, o qué parte de lo que hacían querían compartir.

Lo que hoy conocemos como «redes sociales» son, en realidad, medios de comunicación, un formato con el que sus creadores y los anunciantes se sienten mucho más cómodos: una evolución de la publicación de contenidos similar a la televisión y mucho más masiva y universal, basada en la administración personalizada de contenidos a los usuarios, con el único fin de averiguar cuantos más datos sea posible sobre los mismos, y poder administrarles publicidad ultra-segmentada relacionada con esos datos. Ningún dato queda al margen: obviamente, no los explícitos que tú mismo decides compartir con esa red a través de tu perfil, ni mucho menos los implícitos, que la red es capaz de deducir a partir de toda tu actividad. Lo único que pretende una de esas supuestas redes sociales hoy es proporcionar contenido que sea capaz de capturar lo más posible nuestra atención, con el fin de que pasemos más tiempo enganchados a ellas, para así obtener más información y poder ponernos más anuncios.

El resultado es que la red sabe mucho más de ti que tú mismo, porque la analítica y la comparación con otros usuarios de similares características le permite deducir e inferir cosas que ni tú mismo te habías planteado, o incluso que habitualmente niegas. Lo que han construido es como si tu televisión estuviese constantemente escuchando y viendo todo lo que haces en tu salón o en tu casa, lo analizase cuidadosamente, y lo vendiese al mejor postor. La publicidad que recibimos ahora ya no está basada en si vemos un programa determinado a una hora determinada, en nuestro lugar de residencia, en nuestra edad o en nuestro género: ahora puede basarse en variables como nuestras preferencias ideológicas, sexuales, religiosas o políticas, sin excluir nada y sin otorgar ningún tipo de protección a ninguno de esos datos.

Mi impresión es que esa actividad es completamente ilegal, que no respeta en ningún caso el principio de respeto a la privacidad, y que debería ser radicalmente prohibida. La única forma en la que los usuarios consentimos al desarrollo de semejante aberración fue mediante unos términos de servicio que nadie llegó jamás a leerse, un consentimiento viciado en su origen porque incumplía los derechos fundamentales y que debería ser nulo de pleno derecho.

Permitir a esas compañías, hoy las más grandes del mundo, que operasen de esa manera ha marcado una redefinición del contrato social a la que, en realidad, nunca accedimos, y que hoy nos rodea por todas partes sin que podamos hacer nada al respecto. La opción de salir de esos medios, de abandonar su uso, es equivalente para muchos al ostracismo, lo que hace que, ante la ausencia de soluciones, muchos se resignen a que sus datos sean explotados de esa manera.

Toda una generación cree que, en la práctica, su privacidad ya está perdida, que simplemente no imaginen otra forma de vivir y de relacionarse, cuando en realidad si simplemente se condenase a esas compañías a destruir la información que almacenan sobre los usuarios, sería perfectamente sencillo volver a disfrutar de una privacidad a la que nunca debimos renunciar. No, la privacidad no está perdida, porque muchos de nuestros datos caducan rápidamente si no son actualizados, y porque nunca deberíamos renunciar a ser quienes deciden sobre el almacenamiento y la explotación de nuestros datos, nunca deberíamos ceder a nadie ese control sobre algo que es nuestro. Es, en la práctica, tan sencillo como reclamar a nuestros políticos que nos permitan reclamar unos derechos a los que, en realidad, nunca fue legal que renunciásemos.

El lanzamiento de Threads no hace más que confirmar lo que ocurre: una red que afirma que capturará todos los datos del usuario que sean posibles y que los utilizará para su hiper-segmentación publicitaria, que no puede operar en Europa porque infringe claramente su legislación de privacidad, pero que triunfa en los Estados Unidos, el país que aparentemente pretende exportar esa falta de respecto a la privacidad al resto del mundo. El nuevo acuerdo entre la Unión Europea y los Estados Unidos para que los datos de los ciudadanos europeos puedan seguir exportándose sin limitaciones a ese país, a pesar de que es completamente evidente que nunca se respetarán sus derechos es una buena prueba de ello.

Con el desarrollo masivo del machine learning y su explotación exhaustiva por parte de las big tech, la situación empeorará sensiblemente, hasta convertirse en completamente distópica. Pronto, la segmentación estará hecha íntegramente por algoritmos que, además, diseñarán los anuncios en tiempo real, con todo tipo de elementos para asegurar que reaccionemos ante ellos. Es la programación del usuario: dado que elegiste no programar, ahora serás programado. Programado por compañías cuyos gestores deberían estar en la cárcel, y cuyos clientes, los anunciantes, renuncian a cualquier atisbo de ética si con ello pueden conseguir unos cuantos clics más. Una sociedad de mierda, que habrá renunciado a una de las libertades fundamentales del individuo: la que nos permite decidir qué parte de nuestras vidas queremos compartir y qué parte queremos guardarnos para nosotros mismos.


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Lo que hoy utilizamos no son redes sociales