Las redes sociales se han convertido en un vertedero; esta española sabe cómo arreglarlo

Cualquier tiempo pasado fue mejor, también en redes sociales. Puede parecer una frase hecha, pero lo cierto es que si echamos la vista atrás, aunque sea en un espacio muy corto de tiempo, veremos que los discursos en las redes sociales han cambiado mucho en muy pocos años. Es fácil ver críticas al estupendismo de Instagram o al postureo laboral de LinkedIn, pero, sobre todo, el ambiente parece cada vez más irrespirable en redes sociales de debate público como Facebook o X: discursos polarizados, fake news, campañas de acoso perfectamente orquestadas y dirigidas…

Todo este campo de batalla lo disecciona la escritora Marta G. Franco en Las redes son nuestras(Consonni), un ensayo en el que analiza cómo internet pasó de ser un terreno casi yermo a un auténtico barrizal en el que lo importante no es debatir, sino echarle la mayor cantidad de estiércol posible al rival. Y en eso ella tiene experiencia, ya que en su momento formó parte del equipo de redes sociales de Manuela Carmena, exalcaldesa de Madrid. Lo bueno, dice la autora, es que aún estamos a tiempo de arreglar este embolado.

PREGUNTA. El libro comienza diciendo que, hace ocho años, nos robaron internet. ¿En qué consistió ese robo y quién lo cometió?

RESPUESTA. Hasta hace ocho años pensábamos que podíamos hacer activismo político y cambiar las cosas a través de las redes sociales. Sobre todo, a raíz de las movilizaciones de la primavera árabe, el 15-M, Occupy Wall Street… Era un movimiento a nivel mundial y pensábamos que podíamos utilizar las redes sociales para debatir, para promover nuevas ideas para organizarnos y para hacer activismo en muchos sentidos.

Sin embargo, hace unos ocho años llegó una corriente reaccionaria que pretendía ocupar ese espacio de las redes sociales y llenarlas de contenidos tóxicos. El mejor ejemplo fue la llegada de Trump a la presidencia de Estados Unidos, pero también lo hemos visto con Bolsonaro y con los nuevos partidos de ultraderecha que fueron subiendo en muchos países de Europa.

P. Comenta que internet se ha convertido en un campo de minas y experiencias desagradables. ¿Qué minas son esas?

R. Sobre todo, los bots y los trolls, que están en espacios donde antes íbamos a debatir o incluso simplemente a divertirnos. Pero todo se llenó de mensajes desagradables, de bullying y de insultos sistemáticos y organizados contra cualquier persona que destacase en narrativas feministas, LGTBI o progresistas.

También se fue llenando de spam y de unas prácticas, por parte de las grandes redes sociales, que tienden a insertar cada vez más publicidad para extraer datos de los usuarios. Es una falta de privacidad unida al diseño de unos algoritmos configurados para que consumamos estas redes de manera muy rápida y sin tiempo para pensar.

Marta G. Franco, autora de ‘Las redes son nuestras'. (Elvira Megías)

P. ¿Están manipulados los algoritmos de las redes sociales?

R. Los algoritmos, como tal, no dejan de ser herramientas que ayudan a ordenar información. El problema es que son los que nos recomiendan qué contenidos ver cuando estamos en una red social o una web. A día de hoy, a los algoritmos se les ha aplicado unos criterios que nos muestran contenidos enfocados al modelo de negocio de todas estas plataformas: por un lado, que pasemos el mayor tiempo posible en ellas; por otro, que cada vez haya más publicidad; y por último, que puedan sacar dinero de nuestros datos personales.

Se trata de algoritmos adictivos destinados a llamar nuestra atención. ¿Y qué es lo que más llama nuestra atención? Los contenidos que nos producen miedo o sentimientos extremos. Por eso, los contenidos que más destacan son los más polarizados y escandalosos.

“Nos llaman la atención los contenidos que producen sentimientos extremos. Por eso destacan los más polarizados y escandalosos”

De todos modos, no solo es una cuestión de algoritmos, sino también de la forma en que funcionan estas plataformas: en todas las redes sociales, los vídeos ya se reproducen solos, sin que tú le des al play, se activan por defecto. En YouTube, no has terminado de ver un vídeo y ya te saltan varias recomendaciones. Todo está hecho para que el contenido corra por delante de tus ojos y no te vayas. A todos nos ha pasado que abres una aplicación para ver una cosa rápida y, cuando te das cuenta, llevas media hora viendo vídeos que ni te interesan. Lo que buscan es atraparte.

P. Y de ahí nos vamos a las fake news. ¿Estamos perdiendo esa batalla?

R. La estamos perdiendo, sí. Solo el hecho de que exista la batalla ya significa que la estamos perdiendo. Que haya organizaciones creando noticias falsas nos mete en un escenario dañino para la democracia y el debate público.

P. Usted trabajó durante años en el equipo de redes sociales de Manuela Carmena, al que se recuerda, entre otras cosas, por crear una web que desmentía bulos sobre el consistorio. ¿Ahí ya vio algunos de los ingredientes de odio y fake news que tenemos ahora?

R. Sin duda. Todo el rearme reaccionario contra lo que se llamó ‘los ayuntamientos del cambio' tenía una gran pata en las redes sociales, y ahí ya se veía muchísimo odio. A veces quizá venía de personas individuales, pero muchas otras se notaba que era organizado y orquestado.

Marta G. Franco, autora de ‘Las redes son nuestras'. (Elvira Megías)

P. ¿Fue una buena idea crear ese portal? ¿O no dejaba de ser una web para los ya convencidos? Incluso a los no convencidos cuesta creer que vaya a convencerles la web de una institución a la que detestan…

R. La idea en sí tenía bastante sentido, porque estábamos en una situación en la que casa cosa que hiciera el Ayuntamiento, aunque fuera lógica, era atacada desde muchísimos flancos. ¿Recuerdas aquel verano en que Manuela Carmena se fue de vacaciones, cogió una flor y se dijo que había arrancado una especie protegida? Es que ese era el nivel, ¿eh? (Por cierto, no era ninguna especie protegida.) Cualquier cosa que se hiciera iba a ser completamente desfigurada y llevada a una reacción en contra hasta un límite caricaturesco. Y si lo piensas, ahora muchas instituciones –como la Comisión Europea– crean webs para desmentir bulos, así que parecía algo lógico.

“Las redes sociales se han embarrado con gente que lleva los debates hacia el terreno de los sentimientos irracionales”

Sobre si fue útil o no, si el debate no es basa en los datos, sino en los sentimientos de cada cual, hay poco que hacer. Pero hay personas que pueden estar en el borde, dudando, y sí tiene sentido debatir con ellas. Hay que hacer llegar los datos para que esas personas, que están abiertas a entendimientos racionales, puedan tenerlos. Lo malo es que, en los últimos años, las redes sociales se han embarrado con mucha gente que quiere llevar los debates hacia el terreno de los sentimientos irracionales.

P. Volviendo a las ‘pérdidas’, ¿hemos perdido la privacidad?

R. La perdimos hace mucho. La llamada Web 2.0 ya se basaba en extraer nuestros datos personales para monetizarlos. En el momento en que empezamos a usar las grandes plataformas de internet comenzamos a ceder nuestra privacidad. Lo curioso es que antes la cedíamos a cambio de un servicio que en su día pensábamos que merecía la pena: ‘Voy a dejar que Facebook me espíe un poco, porque me parece bien a cambio de usarlo para comunicarme con mis amigas, informarme o leyendo contenido divertido'. Pero, en los últimos años, cada vez cedemos más privacidad a cambio de un contenido tóxico; y nos preguntamos si de verdad merece la pena a cambio de lo que recibimos.

“Antes cedías tu privacidad a cambio de un servicio que merecía la pena; ahora cada vez cedes más a cambio de un contenido tóxico”

P. Le reconozco que, en esta pérdida de privacidad, tengo mis dudas, porque a veces les decimos a los usuarios de ceder datos, de no controlar los permisos que dan a sus apps… Es decir, responsabilizamos al usuario de un hecho que en realidad no es culpa suya. No sé hasta qué punto es revictimizar a la víctima…

R. En esto hay un problema de base: nos hemos tomado la privacidad como algo individual, cuando debería ser algo colectivo. Si nos tomamos como algo individual cumplir el GDPR o aceptar las cookies, el escenario es muy desigual. Por mucho que digamos que un usuario puede no aceptar las condiciones de las plataformas, no es una situación igualitaria. No estás en condiciones de tener un consentimiento informado de lo que realmente van a hacer con tus datos, porque, si no consientes, te pierdes la posibilidad de hablar con tus amigos, de encontrar trabajo, de estar en una app que necesitas para tu vida cotidiana… La desigualdad es muy fuerte y el consentimiento es muy dudoso.

P. Hay otro tema interesante: la ansiedad. En internet hay ansiedad de todo tipo: por el bombardeo de noticias, por las batallas culturales, por los cuerpos normativos de las redes sociales…

R. ¿Recuerdas que antes te hablaba de que muchas redes sociales potencian los contenidos que nos producen sentimientos extremos? Pues la ansiedad es un ejemplo perfecto. Y no es casualidad: generar ansiedad en los usuarios es precisamente uno de los propósitos de estas plataformas de extracción de datos para que pasemos más tiempo en ellas.

Su propia investigación exhaustiva muestra un importante problema de salud mental que Facebook minimiza en público

Y no parece que haya grandes avances para solucionarlo. Hace tiempo hubo una filtración en la que se desveló que Facebook sabía que Instagram estaba causando problemas a los adolescentes, porque no percibían bien su cuerpo… y Meta no hizo nada para solucionarlo. Escondió el número de likes, pero poco más. ¿Por qué? Porque su modelo de negocio consiste precisamente en eso. No es un error: su negocio consiste en crear esa adicción, afectando a la salud mental de la gente. Las redes sociales podrían implantar muchas herramientas para controlar esa ansiedad, pero prefieren seguir alimentándola.

“Facebook sabía que Instagram afecta a los adolescentes… y no lo solucionó. No es un error; su modelo de negocio consiste en eso”

P. Con la buena pinta que tenía la llamada Web 2.0, asegura que se acabó convirtiendo en un mercado de trabajo gratis para las plataformas por parte de los usuarios.

R. La Web 2.0, desde su inicio, ya era un concepto viciado. Se decía que era la que ponía al usuario en el centro, pero antes de la Web 2.0 la gente ya podía entrar en foros, hacer sus propias webs… el usuario ya era el centro de internet. La etiqueta de la Web 2.0 se creó pensando precisamente en un modelo de negocio: cómo monetizar las interacciones de toda la gente que está en internet. Empresas como eBay, Flickr o MySpace ya le daban vueltas a ese concepto de cómo ganar dinero con la capacidad colaborativa de los usuarios.

P. ¿No estaremos pecando de nostálgicos? Esto me recuerda al fan musical al que le encanta un grupo cuando saca maquetas… y lo abandona cuando firma por una multinacional. ¿No estaremos siendo demasiado celosos de cuando en internet éramos cuatro gatos y estábamos bien avenidos?

R. Tienes toda la razón, lo que más me preocupa de todo esto es tener nostalgia de un internet anterior, que era una cosa muy minoritaria y poco diversa. Quienes estaban ahí al principio eran, básicamente, hombres blancos de clase-media alta de Estados Unidos, y ahora es algo a lo que puede acceder prácticamente todo el mundo.

Pero creo que tiene sentido hacer historia de internet para iluminar las partes luminosas del relato que están un poco ocultas. Todos conocemos el relato épico de Silicon Valley, como si internet fuera algo que inventaron cuatro o cinco hombres muy listos, pero nos olvidamos de esos lugares donde se construyó internet: centros de investigación con financiación pública. Nos olvidamos también de los activistas. Hubo mucha gente construyendo internet, pero a veces solo nos acordamos de las grandes empresas.

Marta G. Franco, autora de ‘Las redes son nuestras'. (Elvira Megías)

P. Hecho el diagnóstico pesimista, lo cierto es que el título del libro es optimista. De hecho, dice que podemos recuperar las redes sociales. ¿Cómo podemos hacerlo?

R. En realidad lo que digo es que podemos recuperar internet. Y el primer paso sería recordar que internet no son solo las redes sociales, hay muchos más espacios donde podemos informarnos, comunicarnos, relacionarlos, mantener relaciones sociales o comerciales… Hay muchas acciones que podemos llevar a cabo para recuperar internet, desde presionar a nuestros gobiernos para que regulen de forma eficaz hasta apostar por infraestructuras digitales autogestionadas.

Por ejemplo, si queremos seguir teniendo espacios similares a las redes sociales, tenemos Mastodon, una red social libre en la que, por su modelo distribuido, podemos crear servidores conectados a redes sociales propias. Y todas estas plataformas pueden ser gestionadas por cooperativas, centros educativos, asociaciones de vecinos… El objetivo es que podamos recuperar el control sobre nuestros datos.

P. Por ‘aterrizarlo’ un poco, ¿tenemos ejemplos concretos de esto? Mastodon tiene el público que tiene… O alternativas a WhatsApp, como Telegram o Signal, por ejemplo, presumen de su número de usuarios registrados, pero no de su número de usuarios activos, porque solo suelen llenarse cuando WhatsApp se cae…

R. Pues mira, el mejor ejemplo es Wikipedia, un espacio en el que millones de personas de todo el mundo participan desinteresadamente, creando contenidos y manteniendo un archivo de conocimiento global que probablemente sea el más grande que hay de información contrastada. Donde puedes encontrar información en muchos idiomas atendiendo a la diversidad lingüística de información que no puedes encontrar en ningún otro sitio, o que están en libros perdidos o descatalogados, pero ahí está disponible. Es un espacio, por supuesto, con sus problemas, como todo, pero se están haciendo esfuerzos para que cada vez sea más diverso. Y, desde luego, es un gran espacio que demuestra cómo la cooperación a través de internet sigue funcionando y sigue siendo útil y mainstream, porque todo el mundo ha entrado alguna vez a la Wikipedia.

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